No recuerdo la edad exacta que tenía cuando la experimenté por primera vez, y estoy segura de que no hubiera podido explicar, con palabras, lo que sentía en ese momento. Ahora, que ya han pasado unos 30 años, lo sé y sé que muchos lo han vivido. Incluso, mi Señor me (¡nos) entiende bien!
Recibí la notificación de que fray José Luis escribió un nuevo artículo en su blog, y me encontré con esta situación: https://joseluisgarayoa.wordpress.com/2018/11/14/desde-el-puente-de-los-suenos-contrabando-y-traicion/. Esto me hizo recordar esos momentos tan agónicos de mi infancia, algo que me acompañará el resto de mi vida.
Muchas cosas vinieron a mi mente cuando empecé a leer la publicación. Como siempre, la juez en mí salió de primero y juzgó al tipo de la historia. Pensé que la situación era solo la narración típica de causa y efecto. Pero cuando el hombre empezó a contar la razón de su agonía y desesperación, mi ser completo se metió en los zapatos de él y sentí en mí el horror, el espanto, que sentía él de pensar lo que le estaba sucediendo (y lo que podría sucederle) a su mujer y a su hijo… Además, el horror de saber lo que le esperaba a él mismo. Ahí la juez, se fue más allá de una crítica superficial y, recordó ese mismo sentimiento de impotencia y de desolación que sentí en mi niñez.
Ese hombre y yo tenemos historias de vida muy diferentes; nacionalidades diferentes; inclusive, él es hombre y yo mujer. Sin embargo, no somos tan diferentes en esencia: el horror sacó nuestra humanidad de lo más profundo. Somos seres humanos a pesar de todo. Y ese mismo sentimiento nos hace iguales. Aun sabiendo el dolor que me despertó la historia de este hombre, me alegré de saber que la empatía en mí cambió mi perspectiva sobre él.
Definitivamente, las razones que le causaron a este hombre ese horror y sufrimiento son consecuencia de sus actos. El horror que yo viví se debió a las decisiones de otros sobre mi vida. Pero eso no me impide saber que él estaba en agonía como yo también. ¡Quién iba a imaginar que el dolor profundo podría unirme tanto a un hombre con un récord criminal como el de este! Y no lo justifico, pero no soy indiferente a su situación. Y por lo mismo, esto me permite entender la situación de horror de otras personas.
Pero ¿a qué me refiero con ese sentimiento de horror y agonía del que digo ambos hemos experimentado? Voy a tratar de explicar con palabras algo que solo se entiende con la vida.
La tristeza de muerte es esa profunda desolación que uno siente al ver que no hay salida para una situación terrible. Es un horror de muerte tan profundo, que uno haría lo que fuera para dormirse y despertar sabiendo que eso no va a ocurrir, pero como sí va a ocurrir, no se puede dormir. El miedo lo controla a uno; el cuerpo se sacude de la agonía tan profunda. Uno se enferma de una manera horrorosa. Las lágrimas no dejar de salir, y por momentos, el llanto es mayor y más desconsolado. Es sentir cómo la muerte lo tiene agarrado a uno del cuello y no lo suelta, sino que disfruta de verme en aquella agonía. Es una tortura continua y sin tregua, es la impotencia, es no saber qué hacer y que no sirve de nada. Es tan terrible como estar en una celda bajo tortura. El alma, la voluntad y cualquier otra cosa que pudiera ser una fortaleza se quiebra totalmente. Uno suplica, y no hay respuesta. Uno grita, y parece que nadie oye mi voz o es fácilmente ignorada. Uno se desgasta tratando de que no ocurra la tragedia, y el cuerpo termina exhausto, como si estuviera en el mar ahogándose, y aun así, no se ahoga, no se termina el horror. Uno no puede dormir, uno no quiere comer; uno solo quiere salir corriendo en dirección opuesta y sin embargo, está esposado a grilletes pesados. Está atrapado. Los que lo miran y lo oyen a uno, no se inmutan en lo más mínimo. Uno sabe que uno vale menos que nada. Y la tristeza de muerte se extiende en el tiempo, como una eternidad. Tal vez algunas personas alcanzan la tranquilidad cuando el momento final se acerca. Otros nos dormimos o nos descompusimos del agotamiento y el dolor, mas despertamos con un poco de amnesia, hasta que recordamos a dónde estábamos y volvemos a desfallecer. La muerte es inminente y viene de cualquier dirección y en el momento menos esperado.
No es tristeza, nada más, es desesperación. Es pavor. Es dolor y horror al mismo tiempo. Uno hasta clama a Dios sin respuesta alguna. Y nada merma; a cada rato empeora. Y no se detiene. Es la peor de las impotencias. Cuando uno sufre tristeza de muerte, no hay espacio para orgullos ni humillaciones. Todo eso quedó olvidado mucho antes. Y es tan profunda, que hay gente que se suicida antes de que la calamidad ocurra. Hay gente que ha vendido el alma, la vida, y a los que quiere por no sufrir esa terrible tristeza.
Es la peor de las soledades, la peor de las incomprensiones… y tampoco nos deja indignarnos.
Yo lloraba desesperada pidiendo por un milagro, porque alguien me ayudara, porque alguien me escuchara y me pusiera atención. Me dormía del mismo cansancio, pero me despertaba y volvía la desesperación. Desde entonces, mi estómago no ha parado de tener problemas y de estar enfermo. Y cada vez que recuerda esos momentos tan desoladores, se vuelve a encoger en mis entrañas.
Es una experiencia con sabor a muerte, de principio a fin… Sin embargo, puede llegar a despertar la humanidad reprimida en cualquier ser humano, como con este hermano mío que partió a Ciudad Juárez para ser masacrado y ver si lograba salvar a su esposa e hijo de ese u otro trágico destino.
“Padre, que se haga tu voluntad y no la mía…”