Auto-suficiencia (primera parte): la decepción de verse a uno mismo

Durante mis duros años de infancia y adolescencia, tuve que aprender a valerme por mí misma y encargarme, inclusive, de aquellos que debieron haber cuidado de mí. Por eso, llegó un momento que las cosas hermosas que se habían cultivado en mi infancia tuvieron que quedar relegadas para dar paso a un falso egocentrismo basado en la auto-suficiencia.

Cuantos más logros obtenía, más me iba llenando de mí misma y de ese falso orgullo, que más que orgullo era complejo de inferioridad muy bien disfrazado. Logré ponerle un freno a la violencia activa de mi papá y entrar a la universidad como si nunca me hubiera afectado. Después logré graduarme y empezar a planear mi primer viaje al extranjero, para poner en práctica mis conocimientos. Para marzo de 2005, estaba logrando otro de mis grandes sueños: viajaba por primera vez a Europa. Cuando el viaje llegaba a su fin y yo tenía que regresar a Canadá (donde estaba viviendo en ese entonces) yo me sentía el ser más excepcional del mundo. Creía que no había nada que no pudiera enfrentar ni lograr. Mi auto-suficiencia era mi mayor arma en la vida y con ella sentía que podría lograr todas mis metas actuales y las que fueran a llegar en el futuro.

Y sucedió: mi regreso a Canadá se vio truncado porque mi visa de turista se había vencido, aunque aún tenía la visa de trabajo al día. Solo tenía 20 Euros en mi billetera porque ya no necesitaba más para mi regreso. Ya había gastado todo lo que llevaba. Atrapada en el aeropuerto de Fráncfort, entré en pánico y un poco de la desesperación me salió por los poros. Tenía que esperar hasta el lunes para poder visitar el Consulado de Canadá y renovar mi visa. Pero el consulado estaba en Berlín, tenía que pagar por esa nueva visa, además del viaje en tren a Berlín y la estadía de esos días, más la estadía de regreso y como $250 para hacer el cambio de vuelo al jueves, a ver si me daba tiempo de ir y regresar de Berlín con los documentos necesarios.

Al principio no pude pensar bien. Fui a tocar puertas a ver qué lograba. Y después de recibir un poco de apoyo moral (aunque solo fuera de ese), el pánico bajó un poco. Mas la desesperación seguía adentro, pues sabía que tenía que conseguir dinero a como fuera, y puesto que la situación estaba tan peluda (muy mala, en buen tico), sabía que en semejante emergencia y sin ayuda, tendría que optar por la prostitución.

El pánico volvió. Corrí a uno de los baños del aeropuerto y me senté a llorar de desesperación, de miedo, de impotencia. Ahora sí que la auto-suficiencia brillaba por su ausencia. No quería ser deportada a Costa Rica, pues tenía mis cosas en Canadá; mis posesiones las había llevado conmigo a ese país. No podía regresar a Tiquicia con una mano adelante y otra atrás. Pero, ¿qué podía hacer en esas circunstancias?

Me limpié la cara y volví a los lugares donde me ofrecieron el apoyo moral. De un momento a otro, el panorama tan desolador que tenía ante mí empezó a acomodarse y a no ser tan desesperanzador. No se había arreglado, pero había opciones. Las tomé y decidí salir a Berlín la mañana siguiente. Mientras buscaba algún lugar del aeropuerto para dormir tranquila y cuidando mi equipaje, noté un tipo de mezzanine, y por curiosidad subí. Era un área no muy visitada, pues había una pequeña sala de rito judío, otra para rito musulmán y una pequeña capilla católica dedicada al Espíritu Santo. Entré corriendo y me desmoroné en la banca de más atrás, por tristeza y alegría al mismo tiempo. Tanto me había afectado el pánico y el terror de mi pésima situación, que mi cuerpo estaba hecho leña (en realidad hay una mejor palabra para describir mi estado, pero para evitar ofender a alguien, lo dejo hasta ahí).

Por mucho tiempo no había orado por ayuda; por mucho tiempo, mi auto-suficiencia me había hecho creer que no necesitaba de la figura de Dios en mi vida, ni siquiera la del dios Aspirina o del dios Genio de la Lámpara. Es cierto que pasé muchos años tratando de negarlo, pero Él fue una de las personas que conocí cuando muy pequeña, y negar a un amigo “imaginario” como Él era extremadamente difícil. Por eso mismo, pasé otros años viviendo como si Él no existiera pero sin negarlo más. Esa pelea sobre su existencia, yo ya la había perdido contra Él.

Ahí, en esa capilla, me llené de un conmovedor sentimiento de gratitud y empecé a hacer una oración torpe pero sincera. Había despertado en mí el deseo de creer nuevamente en el dios de Los Tres Deseos. Pero no por mucho, pues una vez que las cosas empezaron a marchar sobre ruedas en mi viaje hacia Berlín, mi complejo de inferioridad volvió a engancharse de la auto-suficiencia. Parecía como si el semejante susto que viví el viernes no había sido suficiente para entender que yo era una ser humano común y corriente y que también necesito ayuda y apoyo.

Me faltaba humildad, una virtud humana indispensable para ser flexible ante los problemas del diario vivir. Sin embargo, ¿cómo iba a saber este pequeño gran detalle una persona que había tirado a Dios fuera de su vida solo por un estúpido complejo de inferioridad que había venido alimentando desde muy joven?

Dicen que los seres humanos no aprendemos por cabeza ajena y que tampoco lo hacemos hasta tocar fondo. Y por experiencia propia te puedo asegurar que el fondo de cada persona es muuuuuuuuuuy diferente: para algunos no es tan profundo, mientras que para otros pareciera que no tiene fondo.

Esto para decirte que el mío no era tan superficial pero tampoco había llegado a tocarlo. Tendría que enfrentarme a nuevos retos de la vida en ese viaje a Berlín, yo, la que se creía muy inteligente, capaz y una ciudadana libre de tacha alguna. ¡Je! A veces la vida te tiene que escupir en aquella zona de la cara de la que más orgulloso te sentís, para recordarte las otras partes de la cara que están sucias y enfermas y que necesitan que les busqués tratamiento y sanación.

Y preguntarás para qué; pues muy fácil, para tu propio beneficio y felicidad, y a la postre, para la de los demás a nuestro alrededor. Porque cuando amamos, mi felicidad y la de otros se vuelve una sola, o un objetivo en común, y no se limita a un grupo de personas que nos caen bien. Se llega a extender tanto este objetivo, que alcanza a aquellos que nunca imaginamos.

La segunda parte de esta historia vendrá pronto.

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